Conoce a Alejandro un zuliano que cuenta su vida antes y después de su trasplante de corazón
Tammy Lambright escucha el corazón trasplantado de su hijo ahora en el cuerpo del zuliano Alejandro Mata |
La vida de Alejandro Mata comenzó a reescribirse desde que fue trasplantado de corazón. Sus latidos se iban extinguiendo: una insuficiencia cardíaca y una arritmia maligna amenazaban su vida.
El zuliano, de 33 años, recibió una segunda
oportunidad para vivir gracias a la voluntad de un joven de 18 años que decidió
donar sus órganos. Su historia ha conmovido a miles y ha servido de inspiración
para quienes aún esperan correr con la misma suerte. Aquí su testimonio.
“La primera taquicardia la tuve en agosto del 2005, fue en medio de un partido de fútbol cuando trabajaba para una empresa mixta petrolera en Casigua El Cubo, al sur del Lago de Maracaibo. Me tiré al piso, respiré hasta que se me pasó. No le presté atención.
Un mes después llegó la segunda arritmia, las pulsaciones eran de 300 por minuto (el valor normal en reposo va entre 60-100). De inmediato, me llevaron a un centro asistencial e intentaron hacerme un electrocardiograma, pero el corazón iba tan rápido que el aparato se volvió como loco, ni yo me sentía los latidos. En ese momento me llevaron de emergencia a la Clínica Falcón. Sin saberlo, corría el riesgo de sufrir una muerte súbita.
Luego de varias evaluaciones en la Unidad de Cuidados Intensivos escuché por primera vez un diagnostico preliminar: miocardiopatía dilatada del ventrículo izquierdo. Pregunté ¿Me voy a morir? ¿Qué va a pasar a conmigo? El cardiólogo me dijo que podía vivir tranquilo con tratamiento, sin consumir alcohol, con una dieta balanceada y teniendo una vida sana.
Sin embargo, las taquicardias seguían
apareciendo con los meses. En febrero de 2006 volvió a ocurrir. Me llevaron de
emergencia a una clínica en Maracaibo desde Casigua El Cubo. En ese momento,
después que me salvaron, me puse en control con un electrofisiólogo o
especialista en arritmias que añadió una complicación: arritmias malignas. En
cristiano: me podía morir en cualquier momento.
Ese mismo mes me hicieron un cateterismo y me
colocaron un marcapasos desfibrilador. Se intentó hacer una ablación
(destrucción de áreas del corazón causantes de problemas de ritmo cardíaco),
pero era mucho riesgo. Durante los 4 años siguientes el problema estuvo
controlado.
Luego de vivir entre Casigua y Ciudad Ojeda me
mudé a Maracaibo en el 2010. En mayo de ese año al subir las escaleras de la
casa me cansaba, un estudio (fracción de eyección) indicó que mi corazón
funcionaba solo al 33%. Era un principio de insuficiencia cardíaca.
Comencé a retener líquido, los pies los tenía
hinchados y tuve una gripe que no se me quitaba. Luego, el marcapasos comenzó a
desfibrilar. Eran descargas eléctricas muy fuertes, como si explotara por
dentro. Fueron unas 10 taquicardias en dos semanas.
Se decidió cambiarme el marcapasos por uno
resincronizador, pero la situación no mejoraba. En ese momento el doctor me
dijo que tenía que considerar la posibilidad de buscar ayuda fuera del país. El
trasplante no pasaba por mi cabeza, no era una opción, todavía.
Ya era agosto de 2010. Comencé a averiguar a
través de Pdvsa si podía seguir otro tipo de tratamiento en los Estados Unidos.
Y la respuesta fue sí.
Me fui a Houston, al St. Luke’s Episcopal
Hospital. Dos médicos comenzaron a atenderme, uno era venezolano de nombre José
Alberto López y otro hindú de nombre Pranav Loyalka. Luego de varios exámenes
me dijeron: eres candidato para recibir un trasplante de corazón.
Fue un golpe muy duro. Soy creyente y me
encomendé a Dios. Recordé la muerte de mi hermano menor que ocurrió tres años
antes, nunca supimos las causas porque mi familia decidió no hacerle autopsia.
Él siempre lloraba porque yo me había
enfermado y le preguntaba a Dios: ¿Por qué a mi hermano y no a mi?, le decía:
Dios te pido que no le vaya a pasar nada a mi hermano… y si algo malo le va a
ocurrir, envíamelo a mí, pero que no le pasa nada a él.
Inmediatamente me colocaron en lista de espera
para trasplante, pero no estaba en la de máxima prioridad, mi caso era
prioridad intermedia. Como el deterioro cardíaco continuaba, los doctores
decidieron colocarme una bomba (asistente ventricular) para regular la
actividad cardíaca.
Una especie de máquina con baterías y
mangueras que estaría junto a mi corazón. Fue una solución hasta que apareciera
un donante, ya no podía regresar a Venezuela. Mi familia nunca dejó de apoyarme
mientras estuve hospitalizado, si no era mi papá era mi mamá o mi hermana o mi
tío que me acompañaron siempre.
Me dieron el alta médica y me fui al
apartamento allá en Houston. Antes de colocarme la bomba mi índice cardíaco
había caído a 1,2 cuando lo normal es de 2,5 a 5. Pesaba 90 kilos y bajé a 65.
Un doctor me dijo: imagínate que cuando a una persona le da un infarto, este
índice baja a 2,2 y para nosotros es malo, te puedes imaginar cómo es el tuyo…
no entiendo cómo estás vivo.
Y el milagro ocurrió. Luego de esperar 5 meses
me llamaron. Eran las 2:45 de la madrugada del 10 de julio del 2011 cuando el
teléfono sonó para decirme que había un donante y que tenía que irme al
hospital. Llegué, comenzaron a prepararme y a hacerme los exámenes. A la 1:00
pm el cirujano habló conmigo y le dije: estoy preparado, Dios me regaló un
nuevo corazón. A las 3:00 de la tarde comenzó la operación y terminó a las
7:00, fue un éxito.
Dos días después desperté y lo primero que vi
en mi brazo derecho fue mi pulsera verde con la que busco promover la donación
de órganos, estaba vivo. Me tomé el pulso y por primera vez en muchos años lo
tenía normal, me di cuenta que no tenía conectado el cable de la bomba ni las
baterías y di gracias a Dios. También le pedí que le diera descanso eterno a mi
donante.
Después de pasar 40 días me dieron de alta y
comencé mi nueva vida. No hubo síntomas de rechazo. Lo que más me dolió es que
pasaron muchos meses antes de volver a ver a mi hijo Santiago, de 5 años. Una
vez me preguntó ¿Papi no quieres jugar conmigo?
Porque por mi debilidad y lo enfermo que
estaba no compartía con él. Yo tenía más de dos años sin poderlo cargar por la
enfermedad. Pero un año después del trasplante cumplí su sueño de cargarlo y
jugar con él.
Ahora tenía otra misión en mi nueva
vida...conocer a la familia del donante.
En los Estados Unidos hay una norma en la que
todo receptor de órganos debe escribir una carta agradeciendo a la familia del
donante.
Puedes escribir lo que desees, pero firmarla
solo con tu primer nombre, sin decir de cuál ciudad, cuál es tu apellido o
religión. La familia del donante no está obligada a recibir la comunicación, ni
tampoco a responderla.
Obviamente no supe quién era el donante y
envié la carta. La hice como si se la escribiera a mi propia mamá, pensando en
nuestro dolor por la pérdida de mi hermano, fue luego de 5 meses de la
operación. La tramité a través del Hospital, luego fue a una fundación llamada
“Life Gift” y posteriormente a la familia. Les dije que los quería conocer.
Pasaron varios meses y no recibí respuesta.
Decidí ser voluntario de “Life Gift” e intentar encontrarlos a través de ellos,
siempre pensando en el riesgo de que la familia no me quisiera conocer.
Dos días después de iniciar el trámite para
ser voluntario, me llamaron del Hospital para decirme que la familia del
donante quería conocerme y que debía firmar un documento para darles a ellos mi
número de teléfono y correo. Fue un gran momento porque yo los buscaba por un
lado y ellos a mí por otro.
En julio de este año recibí un mensaje del
papá de mi donante. Ese mismo día lo llamé a su celular. Me atendió y dije
“hello” e inmediatamente respondió ¿Alejandro? No pude reaccionar y tranqué la
llamada. Busqué a mis padres para que me acompañaran y volví a llamar, pero
esta vez a la casa de la familia.
Me atendió la señora Tammy Lambright, madre de
Kurt Lambright un joven de 18 años que murió en un accidente de tránsito en
Louisiana. Yo tenía su corazón, él era el donante de quien siempre quise saber.
Yo estaba en Houston y ellos en Louisiana, dos
zonas bastante retiradas. Decidimos vernos en Beaumont, Texas, una ciudad
intermedia. El 4 de agosto de este año fue el encuentro con la familia. Fue en
un restaurant de la zona. Me fui con mi mamá, mi mejor amigo Miguel, un
dominicano que aún espera por un corazón, y su esposa. Llegamos mucho antes de
la hora pautada y ellos ya estaban en el lugar, reservaron un salón privado.
Cuando abrí la puerta, la familia estaba de
pie esperándonos. La señora Tammy caminó hasta donde estaba yo y me abrazó,
ambos comenzamos a llorar, todos lo hicieron.
Fue un momento en el que puedo decir ahí
estaba Dios. Al terminar de comer y de conocerlos mejor, le ofrecí a la mamá de
Kurt escuchar el corazón de su hijo. Me abrazó e inmediatamente comenzó a
temblar, rompió en llanto. Fue un momento indescriptible.
Días después los visité en su casa en
Louisiana y hubo otras 70 personas que conocí entre familiares, amigos y
vecinos. También visité a Kurt en el cementerio y sentí una paz infinita poder
estar en ese lugar.
Yo regresé a Venezuela, a mis labores dentro
de la empresa Pdvsa, la que me ha dado un apoyo incondicional. Mantengo
contacto con la familia de Kurt cada dos semanas. Sigo como voluntario de “Life
Gift” y de otra fundación llamada “The Heart Exchange Support Group”, ambas de
Houston.
Cumplo mi tratamiento con inmunosupresores,
vitaminas y caminatas diarias, cada seis meses me toca un chequeo general. Me
siento muy saludable.
Hoy le doy gracias a Dios por haberme dado
esta segunda oportunidad de vida, a mi familia y amigos por haberme dado el
apoyo que necesitaba en todo momento, a mi donante Kurt Lambright por haberme
regalado su corazón y a su familia, y sobre todo a mi hijo Santiago que es mi
razón de vivir y el motor que impulsa mi vida.
A pesar
de ser tan joven, Kurt decidió ser donante al ver morir a su abuela materna
luego de esperar ocho años por un riñón. Yo tengo su corazón, pero otras cuatro
personas siguen vivas gracias a sus riñones, pulmones, hígado e intestino.
Salvó 5 vidas”.
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